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Siervas de San José: promotoras de la cultura local (Cuba)



Ellas caminan, por entre las calles de la ciudad, como si el tiempo les apretara los talones. A veces se les ve, con una tierna sonrisa en el rostro, en largas y calurosas filas para comprar el pan nuestro o, con una escoba en la mano, deshollinando el amplio portal. Tengo el día cargado y la cabeza atestada, mas las veo pasar y algo divino alivia mis penas: logro percibir esos gestos sostenidos de serenidad y amor. Que me transmiten. 



Usualmente, de camino a casa, hago una parada para leer las buenas nuevas de sus anuncios —del portal. Y somos dos, y a veces tres, quienes obstruimos la acera, observando los colores y los rasgos de sus pancartas: «Talleres de manualidades», dice. A la derecha, la enseñanza moral de la semana: «¿Cómo formar un delincuente?». Sigo al trabajo, sigo y llego pensando en la última palabra del nuevo póster. 

Hace años noto que la Casa de las Siervas está en boca de los niños de mi barrio. Es un barullo inusual cuando salen de la escuela. Los veo correr, soltar la mochila y volver a la calle Independencia. Otros tantos, tal vez no hayan tenido el tiempo de quitarse el uniforme pero están ahí: abriendo la reja del amplio portal. Y otros, a contra reloj, como en la escuela, arrastran del brazo al padre o a la madre, para no llegar tarde. Un toque a la puerta. El beso cariñoso. «Los buenos modales», me digo. 

«Todo comenzó, en 2005, con un pequeño proyecto enfocado en los niños del barrio. Queríamos acercarnos a ellos y a sus familias y ofrecerles un espacio de formación alternativa, de creatividad y valores», me explica María Isabel. «Parece que esos niños comentaban a los amiguitos los talleres que nosotras hacíamos aquí… y comenzaron a aparecer niños y más niños…» Lo que fue una idea para aliviar la necesidad de esas familias se convirtió en un macro proyecto cultural que ha logrado aglutinar hasta sesenta niños a la vez. 


«Iniciamos el taller con un momento especial donde se les habla sobre diferentes temas: del amor, la solidaridad, del trabajo, la sencillez…», insiste mientras comenta sobre la importancia de potenciar en los infantes el mundo de los sentidos y las emociones. Aquel día que decidí entrar al taller, la dinámica del conversatorio instó a los pequeños a encontrar felicidad en las cosas más simples de la vida. La maestra habló sobre los derechos de los niños y las niñas a ser feliz, sobre la necesidad de dar y recibir amor sin nada a cambio. Es sorprendente cómo la lección más simple desemboca en un universo complejo donde el trabajo honrado, las normas y las costumbres del bien, son elementos indispensables. Entonces, me acordé de Martí. 

«El cubano se caracteriza por dar muchos besos y abrazos», dijo una de las profe alegando una esencia nuestra. El espacio, promotor de la más auténtica cubanidad, ha de ser valorado por su osadía: muy pocas instituciones culturales logran atraer, hacia las artes, padres e hijos a la vez. 

«Metodológicamente… extraordinario», pienso; y como si me adivinasen se avecina la respuesta: «Ellas son maestras jubiladas, tuvimos que pedirles ayuda cuando comenzaron a venir más niños». Parada en el extenso patio interior, miré a todas. «Efectivamente. La voz de la experiencia habla muy alto», reflexiono. Sin embargo, me ladeo y quien me habla es muy joven. «No. Me corrijo. No es la voz de la experiencia… sino la del amor a la infancia». 

Finalizados los primeros minutos de debate, los niños se preparan para comenzar sus respectivos talleres. Cada profe con su grupito. Un pequeño batallón para cada habitación: algunos en el patio, los más pequeños en la biblioteca, otros tantos en el comedor, y unas adolescentes —del taller de guitarra del próximo día— pidieron permiso para coger las guitarras y ensayar en la sala. «Puedes llegarte a todas las zonas», me invitan y tomo la palabra. 

Las maestras del primer ciclo enseñaban a los niños más pequeños nociones elementales de psicología de los colores, gancho ideal para desarrollar en los pequeños la capacidad de imaginación y del gusto. Mientras, otros equipos, realizaron muestras de artesanías, las cuales son elegidas teniendo en cuenta el grado del escolar y la complejidad de la manualidad. «Es importante desarrollar habilidades que pueden ser útiles el día de mañana», comenta. «Es el trabajo honrado lo que nos identifica», agrega con una sonrisa. 

«Marcadores, pompones, pollitos, sonajeros, un cocinerito…», enumera una de las pequeñas, muy entusiasmada. Lleva varios semestres aprendiendo las artes manuales, pero continúa, no falta jamás. Cursos de costura, de tejido y bordado, todo se ha soñado y se ha vivido entre las maestras y las Siervas, institutrices primeras del taller. 

Tal vez, pocos conozcan el trabajo de las Siervas; otros, lo ignoren por ser una Congregación Religiosa dentro de la Iglesia Católica. Lo cierto es que, más allá de la religión, esas mujeres han logrado transmitir cultura, valores universales y plena confianza en padres e hijos. A ellas, el agradecimiento eterno de una comunidad que las admira y aprecia.

Por Yinet Jiménez Hernández

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