Las Siervas de San José, celebraron hace unos días sus cien años de andadura en el campo educativo. En este colegio, pasé los mejores años de mi vida. Bien dispuesta, me acerqué a disfrutar del evento, dedicado aquel día a antiguas alumnas.
Siempre que entro
en mi colegio, siento una inmensa paz; me reconforta de forma especial traer a
mi memoria a cuantos conformaron mi vida de entonces, personas que de forma muy
generosa me proporcionaron una educación integral.
Manifiesto mi
arrepentimiento, por no haberlo visitado con más frecuencia, que bien se lo
merecía. El único eximente sería los años que viví fuera de aquí, a lo que se
unieron circunstancias personales que demandaban mi atención de forma permanente.
Sin embargo, en mi interior siempre estaba Mi
Colegio con todo lo que me aportó, que fue mucho.
Cuando eres joven, no
tienes consciencia de muchas cosas pero creces, te haces mayor y debes
enfrentarte a la vida con sus claro-oscuros. Es entonces, cuándo cobra importancia
todo lo que me enseñaron y los
valores que me inculcaron, porque gracias a ellos transité por la vida creo que de forma digna. Aquellos mismos valores intenté transmitirlos a otras
personas que han pasado por mi vida tanto en el ámbito laboral como personal. De
forma que, puedo afirmar con rotundidad que aquellas enseñanzas cayeron como la
buena simiente en un surco apropiado y no en terreno baldío.
Al referirme a Mi Colegio, no lo hago pensando en abstracto. Esta expresión incluye monjas,
profesoras, seglares y muchas más personas que intervinieron en mi proceso
educativo. Me gustaría nombrarlas a todas, pero sería extenderme mucho en este
sencillo homenaje en su cien aniversario. En la sociedad actual, escuchamos con frecuencia machacona y
de manera ampulosa términos como igualdad, tolerancia, respeto etc. Hago una
visión retrospectiva de mi paso por Siervas y soy consciente que estos valores
entre otros, ya entonces formaban la esencia de nuestro proyecto educativo.
Hacía tiempo que no
visitaba mi colegio; siempre que lo he hecho me invade una sensación de
bienestar y seguridad. Esta vez sentí algo diferente e intenso; una emoción muy
fuerte se agarraba a mi garganta y me
llevaba casi al borde de las lágrimas; lágrimas de felicidad por todo lo que en
él viví. Me extasié una vez más ante mi querido y bello claustro; a él se abrían las ventanas de
tantas dependencias muy conocidas y muy añoradas que encerraban montones de
recuerdos. Mentalmente me sorprendí
parafraseando al poeta: “Cualquier tiempo pasado fue mejor”.
Avancé hasta el
pozo, mi pozo, punto de encuentro para el alumnado. Allí seguía, elegante y
hasta altivo ocupando un sitio privilegiado en el armonioso entorno ¿Cuántas
confidencias guardará? ¡Ay si este pozo pudiese hablar!
Me perdí un ratito sola (como a mí me gusta)
por rincones emblemáticos que parecían hablarme, como si el tiempo se hubiese detenido.
Me paré un poquito
más en lo que en su día fue la huerta, convertida ahora en un espacio recreativo
amplio y bien acondicionado.
En este punto, una
sonrisa bobalicona apareció en mi cara al recordar cómo nos escondíamos para
ver pasar en perfecta fila y absoluto
recogimiento a las novicias (¡Ay Señor, bendita inocencia!).
Regresé a la galería
superior del claustro, Visualicé el patio con las alumnas perfectamente
alineadas en clase de gimnasia, recreé el entrenamiento del magnífico y galardonado
equipo de balonmano.
Y otra vez la sonrisa se dibujó en mi rostro al evocar la imagen de nuestro grupo con las faldas de gimnasia
tan blancas plisadas y cortitas bajo un frío helador; algo que la edad, las
bromas y muchas risas nos permitían soportar con buen talante. Esta
retrospectiva me permitió “palpar” la presencia de mi amado padre tan
involucrado en mi educación entrando en
la secretaría ubicada en la parte
inferior. También la de mi madre, recia castellana de gran corazón y escasas sonrisas que me
esperaba en la portería; inspeccionaba minuciosamente mi aspecto y mi uniforme,
para que todo estuviese “en condiciones y acorde al centro donde estás”, me
decía.
Llegó el momento de
la celebración y nada más pisar la capilla mi emoción creció y un sentimiento
de gratitud voló hacia mi Virgen a cuyos
pies (en muchos momentos en los que la
capilla estaba vacía y en penumbra) yo vaciaba mis preocupaciones y elevaba mis plegarias. La Virgen de mi
colegio tiene una mirada especial: directa, tierna y llena de amor.
La misa;
transcurrió con fervor y participación de los asistentes; el magnífico coro tuvo
mucho que ver en este solemne acto. Me pareció el mejor que había escuchado en
mucho tiempo. Fue muy grato ver en él a Paloma y Ana (hijas de mis entrañables
amigos y compañeras de mi hija que también cursó estudios en Siervas) pegadas a
sus guitarras y muy entregadas como es
habitual en ellas.
La presentación del
libro escrito para la ocasión resultó interesante y muy adecuada.
El vino de honor, sirvió
para aglutinar al alumnado, muy diferente en edades, que departía amablemente.
Sería injusto mencionar mi promoción de Magisterio y no
enviar mi recuerdo y cariño a todas las que ya no están entre nosotros
Durante treinta y
cinco años en la enseñanza, impartiendo en las distintas etapas de la misma y en ámbitos geográficos muy diferentes, nunca tuve
en mis aulas un grupo tan especial como el grupo de Magisterio de mi colegio; variopinto
en edades, caracteres e intereses, pero
con una cohesión y respeto muy
grandes además de una sólida conciencia de grupo como señas de identidad.
Muchas de mis compañeras
de entonces se diseminaron por nuestra geografía y a buen seguro que ejercieron
su función docente de forma muy satisfactoria. De nuestra promoción, salió una monja muy especial para
mí, que durante muchos años ha llevado la misión evangelizadora a un país
lejano y complejo desde la humildad y
discreción que siempre la caracterizaron.
”Gracias Marga por
el privilegio de compartir contigo pupitre y confidencias” No puedo dejar de
citar a Don Antonio, nuestro profesor de religión ameno, ocurrente, peculiar y
bonachón .En sus clases primaba la libertad, consensuando con nosotras temas y
fechas de exposición de las mismos. Este
protagonismo que nos concedía, favorecía que los objetivos que él tenía
marcados se cumplieran sin presiones
dejándonos “llevar las riendas.”Y lo hacia con la sutileza propia de una
persona inteligente. Y Don Antonio lo era y mucho.
Alguien me preguntó
¿De qué curso eras? Llena de orgullo respondí: del de Mari Burrieza (¡Mari, mi
querida Mari!).Carezco de palabras que expresen todo que significó para mí durante y después de la carrera. Siempre
que la necesité allí estaba ella con su cercanía, sus acertados consejos, su
serenidad y ganas de ayudarme. Nunca me falló .Su gran labor al frente del Centro es obvia, pero
el otro día fue muy gratificante comprobar cómo la querían y cómo reconocían su
trayectoria. El buen hacer de Mari, ya es huella indeleble en la historia de mi
colegio. Aunar una buena pedagogía sin descuidar el aspecto personal del
alumnado no siempre es fácil: pero Mari lo sabe hacer muy bien: escucha, es
paciente, ayuda, aconseja, permite iniciativas de otros, se pone en la piel de
los demás...Y cuándo una sonrisa de las
suyas se dibuja en su cara el espíritu de quien la escuchase se serena y ya no hay lugar para la controversia (¡qué
suerte tuvo mi hija como alumna suya!)
He dejado para el final
(no por menos importante) la figura de Madre Fidela. En este punto sí que el
temor me invade por si no consigo expresar todo lo que para mí significó esta monja. No tendré vida suficiente para
agradecerle todo lo que le debo. Sus enseñanzas han vertebrado mi vida laboral
y personal y me han permitido salir airosa en situaciones a veces complicadas. Excelente pedagoga y excelente
persona, madre Fidela desde su seriedad estaba pendiente de todas y cada una de
nuestras necesidades además de las propias del Aprendizaje. Te llamaba al orden
cuando era necesario. Con autoridad exenta de autoritarismo llevaba el timón de
un centro muy numeroso de niñas y adolescentes en edades muy difíciles.
Y para que el día fuese aún más completo me quedé con la
imagen de Madre Fidela junto a la campana de nuestro día a día que tenía tanto
poder de convocatoria. La vi voltear, como antaño hiciera, casi bruñida de dar tantas vueltas y me hubiera atrevido a dibujar cada
uno de sus movimientos y llamadas de entonces. Esta campana fue mi referente;
durante muchos años. La oía tocar casi desde mi casa. A veces “las sábanas se
pegaban” y yo corría por Las Claras arrancando los chupiteles de los tejados
que mi imaginación convertía en polos (¡Qué inconsciencia de adolescente!) apretaba
la carrera por la Calle los Mártires y me “colaba” por la capilla abierta, pues
la campana puntual y precisa ya había
dado su último aviso para cerrar la puerta principal.
Miré hacia arriba y allí estaba la madre Fidela
junto a la campana, con su porte y una presencia que lo llenaba todo. Al final de tan hermoso día
del reencuentro, decidí quedarme con la imagen entrañable de una
monja seria, pero muy justa. También evoqué su gesto tan familiar de recolocar
su toca, que no necesitaba de ninguna colocación y percibí con toda nitidez su mirada solemne, bajo
la que se albergaba un enorme espíritu de servicio.
Dejé mi colegio
llena de gratitud sintiéndome una privilegiada por todos aquellos felices años de
mi paso por Las Siervas de San José y con la certeza absoluta de que
celebrarían muchos más aniversarios de futuras
generaciones, que se educarían bajo el lema de su Fundadora :Trabajo, Fe
y Amor.
Una alumna
agradecida
Agus García
Salamanca, 18 de marzo, 2017
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