Del 22 al 27 de enero, junto a la delegación cubana participé de la XXXIII Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) celebrada en Panamá.
Este encuentro, que ocurre cada dos años desde 1986, congrega a jóvenes y personas del mundo entero junto al Papa, para vivir una experiencia de encuentro con Cristo, fortalecer la fe y reavivar la pastoral juvenil, entre otras cosas.
Fui enviada por mi comunidad y por la Zona de Cuba (Siervas de San José) para vivir y compartir esta gran experiencia con jóvenes de diferentes culturas, enriquecerme de ella y luego transmitirla a los que me rodean.
…Y esto fue lo que viví:
Un encuentro con el Cristo vivo y palpable en las experiencias de fe y gozo compartidas con muchos jóvenes, la cercanía y delicadeza de los panameños que con tanta generosidad nos agogieron, la eucaristía diaria, la pergrinación a los lugares significativos de la JMJ, las actividades propias de la Jornada y el contacto alegre y fraterno con los casi 500 cubanos que vivimos juntos esta maravillosa experiencia.
Las religiosas Esclavas del Sagrado Corazón nos recibieron en su colegio. Hermanas, profesores, alumnas y sus familias dispusieron todo para que nos sientiéramos como en casa, mientras nos daban a conocer gran parte de la vida y cultura del pueblo panameño.
Uno de los grandes regalos que vivimos fue la visita del Papa Francisco a la delegación cubana; en la mañana del día 25, mientras celebrábamos la eucaristía en la capilla del colegio, se apareció de manera inesperada.
-¿Cómo no iba a pasar a visitarlos teniéndolos tan cerca?- nos dijo. Y expresó su cariño, gratitud hacia Cuba y su infaltable petición de que recemos por él.
La feria vocacional dio un toque especial a la vivencia de estos días. Miles de personas pudimos disfrutar, acercarnos y conocer una gran variedad de congregaciones y movimientos laicales que impregnan a la Iglesia y al mundo el Espíritu de Dios. Me llamaron especialmente la atención jóvenes que tienen por misión la evangelizacion de los jóvenes y otros que emplean las redes sociales para “armar lio”, propagar la fe, anunciar a Dios y su Reino…
En la JMJ hay momentos muy impactantes como el Via Crucis, la vigilia y la Eucaristía presidida por el Papa. El Via Crucis nos acercaba a Jesús, a su vida, su Palabra y esta vez en particular, a su manera de estar presente, morir y resucitar en la realidad de los países de América. Jóvenes de quince naciones de nuestro continente expresaban en este “camino de la cruz” la realidad de sus pueblos, su oración, anhelos y esperanzas.
La noche de la vigilia, el sábado 26, fue nuevamente ocasión para compartir, conocernos y estar juntos como familia personas de todas partes del mundo. Comenzamos la noche adorando a Jesús sacramentado, al que fue y es el centro de toda nuestra fiesta y encuentro.
¡Y otro gran regalo tuvimos esa noche: la presencia de la imagen de la Virgen de Fátima! Esta JMJ dedicada especialmente a María, la tuvo a ella por compañera. Entre todos nosotros, en el campo llamado San Juan Pablo II, paseó la imagen de la Virgen y junto con ella, su bendición para los cientos de miles de peregrinos que allí estuvimos.
Al volver a Cuba, retomando todo lo vivido, constato que la experiencia de vivir y compartir la fe con otras personas es la mayor riqueza que me deja este encuentro. Y por supuesto, lo afectivo, porque todo pasa por el corazón: el abrazo, la empatía, la cercanía con las personas con las que conviví, mis hermanos jóvenes, religios@s y sacerdotes de Cuba, las bellas personas que nos acogieron y todos los que fui encontrando por el camino.
Agradezco grandemente a Dios, a mis hermanas de congregación y a las personas que han hecho posible que yo, como muchos otros peregrinos hayamos podido vivir esta hermosa experiencia.
Maria Isabel García Valdueza. Sierva de San José.
3 de febrero de 2019. Cuba
Gracias, María Isabel, por compartir tu experiencia de encuentro con Francisco y con tanta juventud de tantos países. Que los frutos de este encuentro sean ricos y abundantes para ayudar a la construcción de un mundo humanizado, mejor y posible donde todos y todas podamos vivir con la dignidad de hijos e hijas de Dios, con la riqueza de la diversidad de razas, culturas, creencias y opciones para realizarse según el proyecto de vida en abundancia.
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